Goio se despertó una madrugada con una frase persistente en su cabeza (“Tardó varios días en darse cuenta…”), una frase que era completamente incoherente pero se instaló en su mente, la cual, en su persistencia y en ese estado de semiconciencia que acompaña el despertar, fue hilando retrospectivamente un final para ese cuento, tarea que –por si no ha quedado claro- no le correspondía ni le interesaba a Goio. Pero la autonomía de la mente pudo más, y una hora después necesitó levantarse –todavía era de noche- para poner en el papel lo que le había surgido y poder seguir durmiendo en paz.
El cuento original siguió su curso y encontró su final como lo hace siempre: dando vueltas entre sus tres escritoras, en este caso. Pero mientras tanto, esta digresión no se desdibujó en la mente de Goio y, al contrario, fue tallando, de un modo subconsciente se diría, una nueva hilación del mismo texto…
¿Es otro cuento? ¿Es el mismo cuento con otro final?
No sé, finalmente decidí escribir lo que se formaba y persistía en mí. Es esto. Son cosas que pueden pasarle a un Administrador de cuentos.
Por supuesto, se da a conocer con el acuerdo de las tres autoras del Con cierto... original.
Goio Monterroso
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