23 de septiembre de 2007

Los martes, naranjas y jirafas

Ilustración: Antonio Berni - Serie Juanito Laguna





- Vamos, Tao.
El niño tendría unos 5 años. Puso la mala cara de siempre que lo contrariaban, miró por última vez a la jirafa y se dio vuelta cansadamente para irse con su madre.
Se llamaba Tao porque su padre, poco antes de él nacer, se había fascinado con las ideas new age y particularmente con las filosofías orientales, y había insistido en que lo llamaran así. Decía que nacería un niño sabio. La madre, más convencional, quería llamarlo Germán, como el galán de su novela favorita.
A regañadientes el padre algo cedió, y el niño se llamó Tao Germán. "Pero lo llamaremos Tao", sentenció.
Cuando dos años después el padre los dejó y se fue a Brasil tras de una joven modelo, la madre comenzó a llamarlo "Tao Germán". Poco después debió desistir, cuando la maestra de la salita rosa la llamó para decirle que Tao se desconcertaba y lloraba, creyendo que los compañeritos se iban a ir dejándolo solo, cuando le decían: –Tao, Germán.

“…Soy el único referente paterno para Tao. Sus abuelos murieron de modo muy extraño hace largo tiempo y me ocupé de acompañar al padre de Tao en los primeros años de su juventud; luego se casó y pude ver con cuanta ilusión aguardaba el nacimiento de su hijo. Parecía que ese acontecimiento le permitiría anclar su vida.
Cuando partió abandonando al niño y a su madre, volví a ejercer ese lugar tan particular que es el de acompañar a vivir.
Nunca pude aprender a tejer o a bordar, mucho menos a cocinar; la vida me llevó a indagar en el arte, la ciencia y la soledad.
Tao y su madre me frecuentan a menudo, generalmente los martes por la tarde. Los espero tranquila, preparo una tetera con agua caliente, dispongo diferentes sabores de té en una cajita de madera, un botellón con jugo de naranjas que exprimo despaciosamente y una canastita con galletitas de limón.
Desde muy pequeño le enseñé a Tao a disfrutar de los aromas del té y aprendió que puede elegir algo diferente cada vez.
Nos une ese ritual de saborear el té y las galletitas en silencio. Luego, Tao selecciona alguno de los libros de arte y se acomoda a mi lado a mirar las ilustraciones.
Cuando se van, me siento a escribir las cosas que sucedieron durante la visita.
Hoy tomé el cuaderno y busqué las anotaciones donde refiero al momento en que Tao, tiempo después de la partida de su padre, insistiendo con llanto logra ser llamado solamente Tao; también escribo allí sobre su visita al zoológico y sobre un dibujo que había hecho esa tarde en referencia al paseo.
Ahora recuerdo que cuando vi el dibujo le dije: - ¡Qué hermoso, Tao!, me encantaría que me lo regales... - No puedo -dijo- es para mi papá.
Me quedé helada. No sabía si sentir pena, sorpresa o esperanza. Durante varios días dio vueltas por mi cabeza la pregunta de por qué alguien abandona a un niño. Qué es lo que hace que algunas personas no tengan instinto de protección y otras sí. Me preguntaba qué secuela quedaría en ese niño y qué podíamos hacer nosotras para aliviarlo...
Y un día sucedió... Llegó una carta del padre de Tao... Larga, profunda… triste... donde decía que vendría... ¡Qué impacto! Sentí una mezcla de sorpresa, temor, alegría y desconcierto. Me preguntaba si Tao sabría acerca de la carta, si Ana le habría dicho algo sobre su contenido ó cómo se lo diría.
Lo primero que sentí fue temor de que Pablo pudiera hacerle mal con su regreso. Me llevó varios días dejar ese temor entre paréntesis y no adelantarme a los hechos. Me preocupó entonces que Ana se dejara llevar por su rencor y no ayudara a que el encuentro fuera lo mejor posible.
No podía dejar de preguntarme qué pensaría Tao. ¡Es tan difícil a veces para los grandes suponer qué piensa un niñito, ponernos en su piel! A veces hacemos tantos esfuerzos en olvidar nuestra propia niñez que perdemos de vista lo que es verdaderamente importante para un chico.
Pude empezar a recordar que Tao tenía sólo cinco añitos y que su papá era seguramente para él casi como un guerrero chino que andaba por el mundo librando batallas misteriosas, y que había dejado su marca en ese nombre raro que había decidido para su hijo.
Opté por dejar durante unos días, hasta el siguiente martes, que la batalla se librara en mi cabeza y que las contradicciones fueran y vinieran sin parar.
Me había acostumbrado a ser yo quien le contaba a Tao cosas de su papá; sus travesuras infantiles, cuánto le gustaban las milanesas… esas cosas que una cuenta cuando hace de abuela y disfruta el poder que da contar la historia. Ahora Pablo estaría aquí, y ellos, Tao y Pablo, tendrían una intimidad que aún no imaginaba como podría resultar… “.

- Vamos, Tao.
Lo veo caminar desganado, tomarse de mi mano y girar la cabeza para volver a mirar la jirafa.
Me habla, pero no alcanzo a escuchar sus palabras porque la sensación de haber vivido esa situación alguna vez me absorbe momentáneamente. Como en un calidoscopio, las imágenes del niño que fui vienen a mí y se suceden impregnadas de aromas, voces, texturas y colores.
Con la mano de Tao en la mía camino hasta el asiento más próximo. Le cuento que a mí también me deleitaba mirar las jirafas, que este paseo con él me trajo recuerdos bellos. Le propongo que cuando lleguemos al taller pintemos jirafas. Se entusiasma y me dice:
-¡Vamos ahora! -se para y espera que yo reanude mi andar.
Hacemos el trayecto en silencio.
Aquellas tardes de los martes, con sus rituales en torno a los sabores del té, el jugo de naranjas, los libros de arte, las anécdotas de la infancia de mi padre, la dulce presencia de ella, perfilaron mi vida.
Guardo los cuadernos que cuentan meticulosamente cómo fueron esos días. La llegada de mi padre, devastado por la enfermedad, su muerte inmediata…
Los recuerdos posteriores se tornan poco nítidos. Los encuentros se espaciaron cuando me fui a estudiar a la ciudad. Y el día que mi madre me trajo los cuadernos y los libros de arte, supe que ella había muerto, que ya no volveríamos a compartir esas ceremonias que me acompañaron durante años.
Para ese entonces, había aprendido a convivir con mi nombre y su sentido. Mi padre al nombrarme me legó una comprensión de la vida.
Tao me habla. Estamos llegando al taller; subimos lentamente las escaleras. Lo invito a tomar un jugo de naranjas antes de pintar jirafas. Acepta feliz; lo miro agradecido por su amor. Pronto llegará mi querida discípula a buscarlo; los martes dicta clases de pintura y yo cuido del niño.
Cuando Harmonía propuso llamar Tao a su hijo, me pareció un gesto desmedido, pero su insistencia fue tal que no pude negarme.
Mientras espera las naranjas exprimidas, Tao mira los retratos que están sobre el piano que fuera de mi madre. Nos sentamos a beber en silencio; de pronto me dice:
- Yo no tengo papá ¿y vos?
Lo miro. Me pregunto qué es un padre, qué es una madre… Le digo:
- Mi padre era un guerrero chino y murió hace muchos años.
Recorro con la mirada el taller. Me siento feliz. Tao se entretiene con unos libros y yo retomo la lectura de los diarios de mi abuela, como yo la llamaba.
“…Creo que fue un viernes. Estaba lloviendo y golpearon a la puerta. Era Ana. Traía un paquetito con galletas para compartir el té. Traía también la pesadumbre de una persona que ha tenido una dura batalla consigo misma. Se la veía triste pero serena. Con solo mirarla sentí alivio: sabía que Tao estaba bien.
Me esmeré en preparar el ritual del té. Puse las galletas en unas bandejitas de madera tallada que sólo usaba en ocasiones especiales. Fui al jardín y corté flores para adornar la mesa. Preparé el jugo de naranja. Y me senté ante ella, dispuesta a escuchar atentamente sobre aquella situación que sabía que tendría gran influencia en la vida de mi amado Tao.
Me contó de la enfermedad de Pablo. De cuan demacrado lo había encontrado. De la madurez de sus reflexiones, lejos ya de la superficialidad de otras épocas. De su decisión de venir a despedirse del niño y de ella. De sus temores de ser rechazado. De su agradecimiento hacia mí y hacia ella por recibirlo después de tanto tiempo de ausencia sin dar noticias.
Me contó de la alegría de Tao al ver a su padre. De la indiferencia con que lo trató al principio. De la fascinación con que lo mira ahora.
No me contó de su lucha por evitar que salga el rencor, ni de los esfuerzos por perdonar. No me contó de las cosas que hubiera querido decirle pero calló por compasión. No me contó de sus miedos ante aquel fantasma que aparecía agigantado ante el niño, por el tiempo y la distancia…
Pero yo, que tengo algunos años más de experiencia, la vi crecer ante mis ojos.
Cuando Ana se fue, tuve la certeza de que Tao tenía dos buenos padres. Porque más allá de las equivocaciones, errores y sentimientos contradictorios, habían podido enfrentarse con ellos mismos, dándole una oportunidad diferente al niño, que lo marcaría por el resto de su vida… Eran dos guerreros luchando esas guerras internas que nadie ve pero que nos transforman para poder crecer…”.
Me produce una rara sensación leer estas notas. Veo toda mi infancia reflejada en la superficie dulce de esos jugos hechos con amor para mí, suaves y aterciopelados como el color de las jirafas que tanto me gustaba mirar con mi madre. Ayer, haciendo lugar en la casa, en el cuarto donde guardaba cosas de mi infancia, encontré la cajita de la comida que le daba a los animalitos del zoológico, junto a los boletines, a los patines que me regalaron para los seis... Todo me habla de aquellos años, de los martes de naranjas y galletitas de limón, de la aparición de mi padre, su muerte y esa tristeza verde-gris de los ojos de mi madre.
Al leer estos cuadernos escritos con dedicación, con esa letra casi dibujada, se me aparece el misterio de las vidas que se entrecruzan, de las historias que se parecen. Yo continué la costumbre y los cuadernos se multiplicaron.
Me estremece esa pregunta que me hago una y otra vez: ¿Qué es un padre? Dicen que las cosas llegan cuando uno está preparado para encontrarlas. ¿Preparado? ¿Qué es estar preparado? ¡La pucha que es fuerte esto!
Quizás estar preparado sea simplemente poder soportar la sorpresa. Justo ahora que estoy preparando el cuarto para mi primer hijo. La emoción me estremece, es como el temblor que sentía cuando escuchaba pasar el tren de las cinco y entonces sabía que mamá volvía a casa.
Decididamente hoy es un día particular. El paseo con Tao y sus preguntas me remontaron al tiempo de la inocencia, época de sueños e ilusiones... y también de pérdidas y dolores inconmensurables. ¿Qué no me arrancó la vida en el momento menos pensado?
Dibujamos las prometidas jirafas. En unos minutos llegará Harmonía, partirá con Tao, y yo continuaré trabajando en los bocetos para la próxima muestra. La bauticé: “Devenires. Homenaje a mis madres, mis padres, mis hijos, mis mujeres, al Amor” …y en seguida me arrepentí. ¿Por qué mis madres, mis padres...? ¿por qué “mis”….? Al fin y al cabo somos todos, simultáneamente, madres, padres, hijos de la vida, hombres y mujeres, volviendo y revolviendo sobre viejas heridas del amor y el desamor.
Yo no tuve abuelos y sin embargo tuve una abuela que no tuvo hijos; pero tuvo un nieto que hasta hoy la adora. Mi madre se casó posiblemente para estar con el hombre que amaba, y se quedó sin él demasiado pronto, pero conmigo. Mi padre no pudo compartir su vida con nosotros, pero sí su muerte…
Me preguntó cómo haré para transmitirle a mi hijo lo que aprendí aquellas tardes de naranjas y jirafas: que el amor se cuida… se deja libre… que amar, se ama volando sobre enojos y resentimientos.
Y me pregunto también cómo le pondré fin a mi muestra.
Mirando estos cuadernos, los nombres que se repiten y se entrecruzan, veo esas redes misteriosas que nos arman y nos desarman al mismo tiempo, y veo que esta muestra no es más que una parte y sin embargo representa mi vida toda.
Dicen que la física aun no ha encontrado el enlace entre la teoría de la relatividad que explica el macrocosmos, el universo de afuera, y la de los fractales que explica el microcosmos, el pequeño mundo, el más íntimo e invisible. En cada pequeñísima, mínima porción del universo está representado el universo entero. La vida es un holograma. Entonces, en esta muestra está mi vida toda. ¡Claro! ¡Es el arte el que da la respuesta! Ese lugar sin tiempo, que no está gobernado por las secuencias lógicas, es lo que en realidad da sentido a todo. Todo fue y será y está siendo.
Aún no sé cómo se llamará mi hijo. Pero sé que seguramente el nombre que le pongamos lo marcará de alguna manera misteriosa. Y tendrá un padre, y tendrá jirafas, y repetirá la historia y la cambiará al mismo tiempo. Y este padre no lo abandonará, y entonces yo tendré un padre.
Mientras me sirvo un té vuelve el sabor agridulce de las galletitas de limón, y me doy cuenta que la muestra está terminada …para volver a empezar.
Tocan a la puerta.




FIN

octubre del 2005 / abril del 2006

Sobre Los martes, naranjas y jirafas

Los martes, naranjas y jirafas fue escrito por Lucila, Liz y Estela en tres vueltas, entre octubre del 2005 y abril del 2006. Es el tercer cuento que se termina como parte de Cuentos Con Vueltas.
Al terminar el cuento, las autoras se autopresentaron así:

Lucila López
Tengo 53 años. Trabajar en este colectivo literario fue una experiencia muy rica, nunca escribí cuentos, soy cronista, lo viví como un desafío y divertimento a la vez.
Ariana y Serpiente, recientemente revelada como pintora, de oficio cocinera, psicóloga social y psicodramatista de profesión, estas vueltas acompañaron un momento de mucho cambio en mi vida e inspiraron y dieron forma a un proyecto literario que está en carpeta.
Madre de dos hijos varones, Pablo y Maximiliano, de 30 y 26 años, y abuela de Camila de 4 y Malena de 2, me siento muy feliz de seguir animándome a emprender cosas nuevas con otros.


Liz
Soy trabajadora social. Vivo en Jujuy. Soy del 64. Siempre me ha gustado leer y escribir. Pero como jugando. Para divertirme, para aprender, para desenchufarme un poco. Este espacio creo que es algo así: un juego creativo, que me resulta divertido. Sigamos pues…

Estela Sagredo
Nacida en Oberá, Misiones, hace 57 años, en la época del año en que florecen los jacarandaes en Buenos Aires, donde vivo y disfruto de los suelos azules de noviembre, los soles fríos de mayo y los bares en silencio para escribir y leer. Psicoanalista y poeta, e intentando ser “cuentera”.


Los martes, naranjas y jirafas resultó escrito sólo por mujeres debido a que, en las dos ocasiones en que se intentó incorporar un varón al grupo, el cuento se trabó, por diferentes –y en algún caso extrañas- circunstancias; de hecho estuvo detenido dos meses y medio.
Esto decidió al administrador a completar el grupo con una tercera mujer. Al hacerlo, el cuento tomó una gran dinámica, tanto que al iniciar la tercera vuelta se resolvió con el grupo que ya se estaba llegando al final (lo habitual son cuatro vueltas).
Paralelamente a éste, se escribió El mandato, otro Cuento con Vueltas hecho a partir del mismo texto inicial por otro grupo, que resultó mayoritariamente de varones.