13 de agosto de 2007

Destellos

- Tomá, leelo... -Javier no salía de su asombro. Sacó la hoja del sobre, y leyó.
"Querido tío: "¿Cómo estás? ¿Cómo andan todos por allá?...
"Hoy tengo mucha necesidad de escribirte, sabés?, será la distancia, o no sé qué, pero me he dado cuenta que las cosas más importantes de mi vida siempre las he compartido con vos antes que con ninguna otra persona.
"Mi vida en esta ciudad ha ido tomando un cauce cada vez más raro. No sé, no creo haber hecho nada especial para que así ocurra. Sin embargo, desde algún lugar intuyo mi aporte. No sé, es desde las percepciones, hasta los sentidos se me aparecen como resaltados, los órganos incluso parecen palpables. Es un estado tan diferente al que estoy acostumbrado, sabés bien de qué te hablo. Las emociones y los impulsos...".
Detuvo la lectura con esa cierta inquietud de quien presiente la frase siguiente, de quien pierde por un instante la conciencia entre lo ya leído y lo que aún resta por leer.
El apenas leve sonido de los dedos recorriendo línea a línea las palabras sobre el papel había sido interrumpido por una repentina ráfaga de viento, que atravesando las cortinas, hizo sonar tenuemente el adorno de campanillas que colgaba muy cerca de la ventana.
Giró la mirada y se quedó como absorto en el sonido que despedían las brillantes laminillas de metal, que en su incesante movimiento provocaban pequeños destellos de luz que se proyectaban en la semipenumbra de la habitación. Era como si el tiempo se hubiera entremezclado hilvanando pasados y presentes en absoluto desorden.
- ¿Estás bien...? – le preguntó Mercedes con cierto arrepentimiento de haber puesto la carta en manos de su marido.
- Sí... sí... – contestó Javier, como distraído. Le vinieron imágenes de Martín cuando era chico. No había tenido demasiada relación con sus sobrinos, pero sí, ahora creía recordar que con Martín siempre había habido algo... algo especial.... ¿o lo imaginaba ahora?... Le vino abruptamente una escena a la cabeza: Martín, que era muy chico (...debía tener unos cuatro o cinco años... quizás menos...) apareció de golpe en su casa... llegó solo (lo cual no tiene sentido, pensó ahora, vivían a media hora de colectivo de mi casa), abrió la puerta y entró (¿cómo entró?... ¿no cerraba yo la puerta con llave en aquella época?...)... casi sin saludarlo, se paró delante de él y le dijo algo...algo como si hubiera conseguido olvidarlo…
- “Yo voy a cortar la cadena”.
A pesar de lo extraño y lo borroso, ese algo le zumbó por años en la cabeza, en los oídos y en las muelas.
Desde antes, desde siempre, Martín lograba en él esa conmoción, esa sorpresa, esa mezcla de estupor y mal gusto. Desde siempre, vencía el tiempo y la desproporción logrando adueñarse de él y dejarlo en el anonimato y el vacío.
Luego volvía a la normalidad, seguía jugando, desentendido, como si tal cosa... Ahora con la carta volvía a hacerlo, volvía a anticipársele, desnudando con la mayor naturalidad el estado pendiente que Javier aún no había logrado alcanzar. Una y otra vez, Javier quedaba vulnerable, anulado.
Cortar la cadena… Cuántas veces Mercedes había querido que “el tío” olvidara para siempre, definitivamente, a su “querido y recordado sobrino”. Cuántos esfuerzos inútiles.
Para Javier, sonaban muy lejanas las reiteradas advertencias de Mercedes y del Dr. Ordóñez – su médico de cabecera - acerca del creciente deterioro que sufría su salud física y mental.
El adorno de campanillas volvía una y otra vez. Aquel sonido vibrante e intangible, insistía y convocaba. Javier supo que había llegado el momento de leer el último párrafo de la carta.
Volvió la vista al papel. “Las emociones y los impulsos parecen no tener freno y su represión me atormenta y me tortura. Intuyo que hoy… elijo que hoy sea el día para poner punto final a todo esto y como te dije, lo comparto con vos antes que con ninguna otra persona, como siempre. Me he decidido, voy a hacerlo”.
Así terminaba su carta, sin despedida pero con ese punto final que Javier no podía sostener, por no animarse, por no soportar la carencia ni encontrar la firmeza necesaria.
Javier quedó atónito. Otra vez Martín se concretaba a sus expensas.
Afuera moría la tarde y los primeros sonidos de la noche invadían la habitación, ya casi en penumbras.
Las campanillas decidieron detener su movimiento. Era curioso. Un suave destello proveniente de las láminas de metal emitía un haz de luz que dibujaba sobre el piso, en un rincón de la pieza, un círculo luminoso de extraña palidez.
Y allí, justo allí, en ese círculo azulado, se hallaba Martín, con el cuerpo oscuro y ese rostro profundamente sereno, como antes, como siempre...


*

El lunes siguiente, al volver del trabajo, Mercedes encontró otra carta bajo la puerta. Miró el remitente, la puso en su cartera, entró en la casa y se aseguró de que Javier no estuviera.
Se sentó en el sillón grande, la abrió, respiró hondo y leyó:
“Mercedes, querida hermana:
Toda esta semana he estado pensando en vos. Será tal vez porque, como seguramente vos también habrás recordado, en estos días Martín habría cumplido 23 años... Parece mentira, aunque hace ya casi 20 años que se fue, es como si...” –se detuvo, apoyó el papel en su falda y se quedó como mirando al vacío.
Al rato (no podría decir cuánto tiempo pasó) volvió quién sabe de donde, miró el papel con sorpresa, como si recién lo viera, lo levantó y metió su vista entre el texto, a quemarropa, donde la mirada quiso caer. “...que muchas veces me he puesto en tu lugar, y me imagino que el dolor de una madre por su hijo es algo que ningún tiempo puede borrar...”.
Le pareció sentir pasos. Era Javier. Había llegado más temprano y la miraba con ojos inertes, agotados, acostumbrados a los lenguajes cuyas palabras parecen no decir nada.
- Carta de mi amiga Valeria…-intentó disimular.
- Me imaginaba… ¿Alguna referencia a mi persona?
Mercedes se mantuvo callada.
- Me imaginaba…-. Tomó un vaso usado, el que encontró más a mano, la botella de whisky, apuntó a su habitación y cerró con llave. Otra vez, otra más, otra inacabable vez más…
¿Qué contención encontraría Javier entre esas cuatro paredes, acorralado entre penumbras y destellos persecutorios girándole alrededor de su escabiada cabeza? Mercedes sentía envidia de la capacidad que él tenía o inventaba tener para no volver a acercarse a aquel 12 de abril de 1976.
El doctor Ordoñez se equivocaba, o al menos se equivocaba a medias. No había en Javier deterioro mental, lo de él era un poder.
Ojalá Mercedes pudiera evadirse, alucinar o lo que puta fuera eso. Pero a ella, como una constante, a diario la torturaban los flashes de las imágenes, desde las más lejanas a las más recientes... 1970 / Conoce a Horacio Pastoral / Él y su “coro”, como llamaba a la gente de la causa / Javier, su cuñado, con su calma, su centrado criterio / 1971 / Feliz convivencia con Horacio, se casan / Primera sospecha de persecución mientras caminaban por Corrientes / Javier protector, alertando / 1972 / Mercedes se embaraza / Horacio absorbido por las pasiones políticas / Ausencia, vacío / Javier… está / 1973 / Horacio… no está / Nace Martín Pastoral, sí, Pastoral / Horacio abocado a su lucha / 1974 / Primera amenaza telefónica / Javier… sigue estando / 1975 / Mercedes abocada a Martín / Mercedes ajena al movimiento / Mercedes ajena a Horacio / 1976 / Encuentro que desde el 73 es habitual: Martín en la plaza con Horacio / Departamento de Javier / Irrumpen ellos / Mercedes en la cocina / - ¿Dónde está?, le gritan / Javier queda en el cuarto / -¿Dónde?, lo aprietan / al no verla él habla… / Horacio y Martín no vuelven / Mercedes no confiesa la verdad a Javier ni lo hará nunca / Javier, su hermano y su sobrino…su sobrino… / Mercedes y Javier quedan… ¿vivos? / Mercedes no habla ni hablará / 1977 / de allí para aquí… a búsqueda… de allí para aquí… el silencio… allí y aquí… la nada.


*

Encandilado y ciego entre laminillas de metal, Javier volvía a aquel estado al que Martín lo encadenaba, allí donde las percepciones y los órganos se vuelven palpables, donde el dolor se pierde, donde la inercia no pesa. Allí donde podía sentirlo cerca, estar… estar con él… encontrar desahogo… lejos, lejos de todo… lejos también de Mercedes y su patética intención por volverlo a la vida... a pesar de todo… a pesar del doliente y maldito reclamo de su malmuerto hermano, de la más terrible sensación de carencia, a pesar de su propia y detestable persona… a pesar de todo.
Cortar la cadena… ¿podría alguna vez tomar el impulso y animarse?


*

El martes a la mañana, casi lista para partir hacia el trabajo, Mercedes escuchó que golpeaban a la puerta.
- ¿Quién es? – preguntó a las apuradas, con el último sorbo de café en su voz.
- ¿Podría usted abrirme, por favor? –dijo alguien del otro lado, con perceptible acento español.
Abrió. Un joven la miraba con su misma extrañeza. Alto, rozagante. Fuerte, pero con un toque de timidez... Por un momento se le ocurrió... no puede ser, le volvió de golpe la imagen de Horacio... no, qué estoy pensando... Dios mío, se me hace tarde... la inconfundible quijada de los Pastoral...
- ¿Tú eres Mercedes? –preguntó resuelto el joven alto.
- ¿Quién... quién es usted...? –balbuceó ella con su mirada en las manos del joven.
- Pues... vale, que de eso se trata... es que creo que yo... Vamos, qué difícil... Oye, ¿no has recibido una... digo, eh... una carta de...? –se interrumpió.
En realidad lo interrumpió el sonido que una repentina ráfaga de viento, atravesando las cortinas, hizo oír tenuemente desde el adorno de campanillas que colgaba muy cerca de la ventana.
Sorprendido, el joven miró hacia adentro de la casa, por detrás de Mercedes. La ráfaga de viento lo empujó tres escalones arriba, haciéndolo detener en el umbral de la puerta.
Y allí se quedó, se quedó como absorto ante el sonido que despedían las brillantes laminillas de metal, que en su incesante movimiento provocaban pequeños destellos de luz que se proyectaban en la semipenumbra de la habitación.
Es curioso... Era como si el tiempo se hubiera entremezclado, hilvanando pasados y presentes en absoluto desorden.


FIN

agosto / diciembre 2005

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